lunes, 17 de noviembre de 2014

Golpes al aire

Su tarea era llevar a empujones a su hombre, ebrio, de regreso a casa. La dificultad de su misión era hacerlo mientras esquivaba los golpes sorpresivos que él le lanzaba.
El puño, la palma, el codo, cualquier parte de su brazo era ideal para conectar con la cabeza de la diminuta mujer.
Ella se hacía los quites de una manera tan perfecta que apuesto a que no era ni la primera, ni la segunda o la tercera vez que lo practicaba.
El hombre tambaleaba y no solo tiraba manadas, también insultos a gritos, sin dejar de comer sus tortrix barbacoa y escupir parte de ellos cuando abría la boca.
Las personas en la parada de bus no se movieron cuando la activa pareja pasó cerca de ellos, ni para ayudarla, ni para ver más de cerca, ni para huir o evitar ser receptor de un golpe al aire.
Los agentes de la policía de la estación de la esquina, al contrario, sí se movieron, para reírse y bromear. “Ya te llevan a casa, vos”, se decían. “Llamate a aquel, que vea lo que le va a pasar si sigue chupando los martes”, expresaban.
El semáforo dio verde y seguí mi camino, dando vistazos morbosos por el retrovisor, para atestiguar la conclusión de la misión de esa mujer.

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