Fueron un regalo de mi madre cuando
cumplí 26 años. De ahí, me han acompañado en muchos momentos.
Los tenía puestos cuando renuncié a
mi primer trabajo y cuando comencé en el segundo.
También los vestí en el viajé de 24 horas por tierra al D.
F. de México, para ver por primera vez a Pearl Jam.
Acariciaron la arena de Río de Janeiro y
aguantaron la nieve de Detroit.
Con estos como calzado entrevisté a Black
Eyed Peas, Gaby Moreno, Luis Von Ahn y Ronald McDonald.
Estuvieron conmigo en la cola de 4
horas para comprar mi entrada para ver a Metallica, me ayudaron a saltar en
los conciertos de Megadeth, White Stripes y Calamaro, y más de un par con Bunbury y Café Tacuva.
También la primera vez que vi en el cine Eternal
Sunshine of the Spotless Mind, Almost Famous, Lost in Translation y The Dark Knight
(esta última en función de media noche).
Fueron los responsables de comentarios
como: “vos no sos tan feo, pero esos tus zapatos te chingan”, y
“los zapatos de un hombre dicen mucho lo que son, y los tuyos te
hacen trizas”.
Recibieron la caída de más de una lágrima, mucho
sudor y un par de gotas de sangre.
Hoy, los jubilo, después de casi 10
años de compañía. Se van con una sonrisa en el rostro, y
no es una metáfora, la suela se despegó y parece que sonríen los
jodidos.