lunes, 24 de noviembre de 2014

Gracias


Suelo elevarme y dejar que la imaginación timonee el rumbo, aunque el mar esté rudo y yo no quiera sostenerme. En ocasiones me pierdo del norte y los disparates controlan mis pensamientos.
Pero tú me atraes, me atrapas, me tomas de la mano y me invitas a navegar en la tierra. Sustituir los ajetreos por abrazos, la paranoia por caricias, las lágrimas por los besos.
Aunque a veces tardamos mucho en entendernos, eso es nuestra arma y escudo, un atributo para las revueltas, una llamarada para el afecto.
Me prometí ser mejor cada día y por ese camino creo ir.
Quiero crecer contigo y ser de esas “parejas de viejitos” que vemos en las calles.
Gracias por dos años de tu amor y brindo por miles más, porque, como lo bailamos aquel 1 de diciembre, quiero tu amor “por más de mil años”.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Golpes al aire

Su tarea era llevar a empujones a su hombre, ebrio, de regreso a casa. La dificultad de su misión era hacerlo mientras esquivaba los golpes sorpresivos que él le lanzaba.
El puño, la palma, el codo, cualquier parte de su brazo era ideal para conectar con la cabeza de la diminuta mujer.
Ella se hacía los quites de una manera tan perfecta que apuesto a que no era ni la primera, ni la segunda o la tercera vez que lo practicaba.
El hombre tambaleaba y no solo tiraba manadas, también insultos a gritos, sin dejar de comer sus tortrix barbacoa y escupir parte de ellos cuando abría la boca.
Las personas en la parada de bus no se movieron cuando la activa pareja pasó cerca de ellos, ni para ayudarla, ni para ver más de cerca, ni para huir o evitar ser receptor de un golpe al aire.
Los agentes de la policía de la estación de la esquina, al contrario, sí se movieron, para reírse y bromear. “Ya te llevan a casa, vos”, se decían. “Llamate a aquel, que vea lo que le va a pasar si sigue chupando los martes”, expresaban.
El semáforo dio verde y seguí mi camino, dando vistazos morbosos por el retrovisor, para atestiguar la conclusión de la misión de esa mujer.

lunes, 10 de noviembre de 2014

La chica del anuncio no está por aquí

En el letrero del carwash se ve la fotografía de una señorita de rasgos asiáticos, con diminuta, apretada y mojada ropa, y una esponja enjabonada en su mano. La espuma vuela por todos lados, hasta cerca su brasier. Sonríe con una dentadura blanca perfecta.
En realidad, quien lava los carros en ese carwash es un joven, menor de edad, con gorra puesta de manera torcida, camiseta, pantalón de lona, mitad del boxer de fuera y tenis altos.
Es como la canción “Nassau”, de Hombres G, que cuenta la historia de un español que se va a vivir a Nasáu, ese lugar paradisíaco de las Bahamas que vio en la publicidad, pero al final solo llega a esa hermosa ciudad a comer mierda. “La chica del anuncio no está por aquí” y "con lo bien que estaba yo en Madrid, con mi jugo de piña y mi casita gris" canta Summers en la rola.
Volviendo al carwash, en ocasiones de emergencia, al joven lo ayuda su jefa, una mujer de ceño fruncido, amable con los clientes, una fiera con el lavador.
Cualquier rincón del carro que no está limpio al final, es razón para tirar el regaño. Desde “no tenés cerebro”, hasta “te lo he dicho mil veces” son los sermones más repetidos.
Parece que hay un jefe mayor en el carwash, un estilo de CEO dirían por ahí, que es un señor de gorra celeste y camisa a rayas. Nunca lo he visto haciendo algo. Miento. Una vez se levantó de su silla para alcanzar el periódico.
Después de meses de ir a ese carwash, noté que el joven que lava no es el mismo cada día y que lo cambian de manera quincenal. Y quien llega al puesto siempre viste una gorra puesta de manera torcida, camiseta, pantalón de lona, boxer salido y tenis altos. Los regaños y las jefaturas no han cambiado.