lunes, 12 de noviembre de 2012

El café con piernas de Eddy Roma



Quienes conocemos a Eddy Roma, sabemos que él no tiene nada que envidiarle a Wikipedia. Ese vasto y peculiar conocimiento de detalles tan importantes como irrelevantes, lo utiliza de una manera valiosa y modesta en su libro de cuentos Café con piernas.

Son 12 historias que te llevan de la mano por el universo geek, las emociones de la infancia y lo absurdo de la realidad. A veces recuerda a Pixar, en otras a Woody Allen y también a las mejores conversaciones Tarantinezcas que uno puede imaginar.

En el mundo de Eddy, los peleadores de lucha libre se desmadran contra sus contrincantes, no existen las coreografías. También existe un dormitorio en un hotelucho de México en el que no existe un switch para apagar el foco de luz. Y en Los Ángeles, California, vive un extranjero a quien muchos lo confunden con un tal Benigno, y por eso se gana besos de chinitas y golpizas de policías.

El autor también recuerda cuando éramos niños no teníamos nada más qué hacer por las tardes de lunes a viernes, que ver caricaturas en la televisión, de manera religiosa. Aunque en la habitación vecina existiera un caso de violencia familiar, lo único que valía la pena durante esas horas vespertinas era ver a nuestros héroes batallar contra los villanos malvados.

Y uno de mis pasajes favoritos, acerca de un pesado cuidador de un parqueo que se siente aludido por un cuento acerca de un ascensorista muerto, con características demasiado similares a él.

Si después de leer esto piensas que se trata de un libro sin sentido, créeme, te aseguro que necesitas viajar más o mejorar tus gustos cuando vas al cine.

Libro: Café con piernas.
Autor: Eddy Roma.
Casa editorial: Editorial Cultura.
Año de edición: 2011.
¿Dónde lo puedes encontrar? En Casa Cervantes, zona 1.

lunes, 5 de noviembre de 2012

1001 discos que hay que escuchar antes de morir… o cómo no estresarse en el intento de leer este libro


Mi amigo Allan me presta el libro 1001 discos que hay que escuchar antes de morir. Promete lo mejor, desde la portada con el mismísimo Sid Vicious apuntándome a la sien con su guitarra.

Comienzo a leerlo, contento, emotivo, y me encuentro con reseñas de Fleetwood Mac, Elton John, Rod Stewart, David Bowie, Van Morrison, Prince, Morrisey… todos grandes artistas que ni siquiera un greatest hits entero he escuchado. Me muero de la vergüenza. Vaya melómano tan mediocre que terminé siendo. Comienzo a bajar su música. Uno, dos, cinco, diez discos… ¿A qué hora escucharé tanta música? Me estreso. Tiro el libro a la chingada y trato de ignorarlo.

Días después, ya con un mejor ánimo, lo abro y me encuentro con reseñas acerca de Neil Young, The Beatles, The Rolling Stones, Led Zeppelín y Bod Dylan. Suspiro… esos ya son viejos conocidos. De ahí me aburro y comienzo a buscar solamente a mis artistas o discos favoritos. Encuentro algunos, faltan muchos. Ni modo, es el peligro de dejar que un británico hable sobre música. El libro es británico ¿no?

Y entre la lista que dejó afuera a The Cranberries y Tool, encuentro Baby one more time (1999) ¿¿¿de la Britney Spears??? ¿Qué putas? Pues, al final termino accediendo, es un genial producto comercial, que te roba el instinto sexual y resulta inolvidable. Me refiero a ella. La música es una mierda.

Así que, les comparto algunos de los discos que más me alegré que estuvieran en este gigantesco listado, y acompañados de una de las frases de cada uno que más me llegó. Abramos una chela y digamos: “Salud”.

Led Zeppelín IV (1971) de Led Zeppelín. Muestra al grupo lleno de pomposidad e indulgencia.

The dark side of the moon (1973) de Pink Floyd. Los que nunca han escuchado a Pink Floyd, deberían comenzar por este disco.

Ramones (1976) de Ramones. Declaraciones básicas de lujuria y necesidades juveniles.

Highway to hell (1979) de AC/DC. Su estilo rudo y despreocupado resume a la perfección la esencia más pura del género.

Hysteria (1987) de Def Leppard. Pour some sugar on me, que parecía música de streaptease, se disparó hasta alturas insondables.

Appetite for destruction (1987) de Guns N’ Roses. Vestidos con andrajos y con las drogas hasta las orejas, eran los Stones y los Sex Pistols en uno. Casi todas, digan lo que digan los créditos, nacieron en la cabeza de Stradlin.

Bad (1987) de Michael Jackson. Fue más complejo, más redondo y más “malo” que Thriller.

And justice for all (1988) de Metallica. Es una gloriosa despedida a los sonidos extremos.

Ten (1991) de Pearl Jam. Entonaba el grito de guerra de una época intensamente novedosa y emocionante en la historia del rock and roll.

Dry (1992) de PJ Harvey. Utilizaba el humor negro y decadente para atacar las expectativas femeninas mediante su disección del amor y el sexo.

In Utero (1993) de Nirvana. Señalaba la dirección melódica que seguramente habría tomado la banda de no haber muerto kurt Cobain

The downward spiral (1994) de Nine Inch Nails. Si habla de ti y no eres Trent Reznor, es para preocuparse.

(What’s the story) Morning glory? (1995) de Oasis. Fue el epicentro del Britpop, un rejuvenecimiento cultural que introdujo a Gran Bretaña en los 90.

Ok computer (97) de Radiohead. Sintetizar a los Smiths con Queen suena demencial.

Clandestino (98) de Manu Chao. Explora el dolor de la carretera.

Follow the leader (98) de Korn. Las letras son tan desagradables como los fans podían desear, aunque suelen utilizarse para subrayar la intolerancia y la crueldad.

Californication (1999) de Red Hot Chili Peppers. Aprecia la belleza de la vida, la tranquilidad y el amor más que las fiestas salvajes.

Kid A (2000) de Radiohead. ¿Por qué Tom Yorke sonaba como si cantase dentro de un lavabo?

Stories from the city, stories from the sea (2000) de PJ Harvey. Era más firme y pulido que los álbumes anteriores.

Gorillaz (2001) de Gorillaz. De entre las golosinas auditivas que atesora el disco destacan los flirteos con el dub reggae y el punk.

Come away with me (2002), de Norah Jones. Una invitación sensual que es imposible de rechazar.

Hail to the Thief (2003) de Radiohead. Seguían experimentando, pero la mezcla resultaba cómoda.

Elephant (2003) de The White Stripes. Que transmita tanta oscuridad y frustración solo sirve para definir su grandeza de clásico.

Y aunque agradezco que incluyeran a casi todos de Radiohead y Pink Floyd, hay muchos que, pienso yo, debieron haber entrado a ese listado.

Para mí, los que hicieron falta y les recomiendo escuchen antes de morir, son:

Ride the lightning (1984 y 1989) de Metallica
Flesh & blood (1990) de Poison.
Use your illussion (1991) de Guns N’ Roses.
No need to argue (1992) de The Cranberries
Vitalogy (1994) y Yield (1998) de Pearl Jam.
Wildflowers (1994) de Tom Petty.
AEnima (1996) de Tool
Psyence Fiction (1998) de UNKLE.
From the Choirgirl Hotel (1998) de Tori Amos.

Más tarde, quiero escribir un top ten de las canciones que recomiendo escuchar antes de morir. Espero escribirlo…claro está, antes de morir.

1001 discos que hay que escuchar antes de morir, recopilación hecha por Robert Dimery. 
Editorial Grijalbo.
Gracias por el largo préstamo, Allan.