Deliciosas piñas locas
Foto: David Lepe Sosa |
Caminaba por la sexta
avenida con mi paraguas en la mano cuando me topé en el camino a dos jóvenes,
vestidos como si fueran a ejercitarse. Todos unos “gymboys”. Íbamos en la misma
dirección y sin querer me les acerqué un poco.
En esos momentos pensaba
en si llovería esa tarde o no, cuando uno de ellos volteó a ver y dirigió su
mirada a mí. Me vio de pies a cabeza. Seguí mi rumbo. Segundos después se dio
vuelta y sin sacar las manos de sus bolsillos me dijo con voz intimidante: “Qué
onda, ¿cuál es tu problema?”.
“Ninguno, tranquilo”,
le respondí, intentando no demostrarle miedo. Igual, no le estaba haciendo
daño, pensé.
Después de unos
cuantos pasos más se volteó nuevamente, su compañero también lo hizo. Sacó las
manos de sus bolsillos para decirme con voz más alta: “¿Querés una tu vergueada
o qué putas?”.
Levanté las manos y le
respondí mientras me cambiaba de acera para alejarme, y ya un poco asustado:
“Mano, tranquilo, voy a recoger a mi hija acá cerca, no pienso en hacerte
daño”.
Ellos siguieron
caminando y por ratos me volteaban a ver. Decidí sentarme en una banca para
esperar a que se fueran.
Medité por unos
minutos si mi look (playera, pantalón de lona y tenis) era la nueva imagen de
un asaltante, violador, villano de película de Tarantino o qué sé yo, mientras
leía en un colorido letrero de la cafetería de al lado: “Deliciosas piñas
locas”.
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