lunes, 15 de diciembre de 2014

En la mejor discoteca del istmo, dicen, que la vida es más sabrosa

Miré al cielo negro, sin estrellas, y pensé: ¿Qué hago aquí? Estaba sentado en un sofá de la supuesta mejor discoteca de Centroamérica, donde el precio de la entrada es de muchos dólares y los límites del derecho de admisión se van hacia el infinito y más allá. A mi derecha tenía a personas bailando, comiendo, tomando cocteles, pasándosela bien sin importar qué diablos sucedía a su alrededor. A mi derecha miraba la ciudad de Panamá a través de las paredes de vidrio del piso 62 del Hard Rock Hotel, donde hay una espectacular e inolvidable vista de 360 grados a edificios, al mar y a pequeñas luces callejeras.

Por ratos descubrí que no me gusta bailar en las discotecas, bodas y demás ocasiones en mi país porque la música es horrible o ya me envejeció del aburrimiento. En Guatemala estamos bailando la misma música desde hace 5 años. Esa salsa, ese reguetón, ese interminable mix de Olga Tañón, ese maldito “Meneito” que me hace transpirar solo de ver la coreografía… eso no existía allá, en la Roof Lounge Bits. Ritmos y beats ingeniosos, un poco de electrónica, de pop, de rock, de Pharrell, de Sheeran, de Lorde, de Harris, de Guetta, de Rihanna. Hasta Pitbull sonaba como un genio de la melodía. Si no era lo mejor, por lo menos lo sentí novedoso, fresco, “trending” diría por ahí la mara cool.

Al final me desahogué moviendo la cabeza, cantando, tomando una que otra cerveza. No se me dificultó pasármela bien. Fue un victoria fácil, aunque por ratos pensaba que no merecía estar en ese lugar. Como dice el personaje de John Cusack en "High Fidelity": "Me sentía falso, como esos tipos que se rapan la cabeza y de repente comienzan a decir que toda su vida han sido punk".

¿Caquero? Bastante. ¿Molesto? No mucho, y menos cuando eres invitado de un viaje de prensa. ¿Lo repetiría? Puede debatirse, aunque confieso, hubiera preferido estar en el stagebar del segundo nivel escuchando un medio aburrido tributo a Soda Stereo, en un sofá cómodo, sin compañía y con un coqueto bar abierto, y cantando a gritos (en mi cabeza) “no quiero soñar mil veces las mismas cosas”.

También dicen que viajar abre la mente.

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