lunes, 30 de abril de 2012

Sin Rock&Roll All Stars

Hoy hubiera publicado en este espacio acerca del concierto de RockNRoll All Stars, cuya fecha era el 1 de mayo antes de cancelarse por razones más que misteriosas. En el post habría tocado el tema de que el milagro no es que estos señores estén vivos, más bien es que estas leyendas del rock sigan activos dentro de la industria musical.

Hubiera mencionado que en lo personal, mi ilusión era ver por primera vez a Duff McKagan, uno de mis ídolos de mayor pasión durante la adolescencia y de quien todavía me llega su música. Toca el bajo de una manera que a uno se le antoja, se ve fácil, parece de lo más divertido y me obliga a decir “dame un bajo y ahorita te toco la intro de It’s so easy”.

También hubiera escrito sobre Joe Elliot, de quien ya tuve la oportunidad de verlo cuando Def Leppard vino a Guatemala durante una casi transparente gira Slang. Y aunque la Plaza de Toros estuvo semivacía esa noche, Joe cantó como si se tratara del Wembley Stadium a reventar.

Y de Sebastian Bach, y de Gene Simmons, y de Mike Inez... y hasta de las Budweiser (patrocinador) que pensaba tomar.

En vez de tantos "hubiera", prefiero mencionar ese fatídico círculo vicioso guatemalteco de conciertos de rock, en donde las bandas internacionales no vienen a dar concierto porque les da miedo no vender entradas, y cuando deciden venir la gente no las compra por miedo a que cancelen el evento, y por falta de boletos entonces los conciertos se cancelan. Y así viene y va la bolita desde hace años, o desde siempre.

Por ahora, espero que me reembolsen lo de mi entrada, y me quedo sin disfrutar a los ídolos. Pero si todo sale bien, estaremos viendo a Jarabe de Palo en unos días, si es que no cancela por falta de... esto ya lo saben.

lunes, 23 de abril de 2012

La chica con aliento de dragón – Parte 3 y final


Julio sacó una moneda de veinticinco centavos y la tiramos. Cayó cara, significando que debíamos acompañar a esa señorita por unos minutos más. Probamos dos de tres con la moneda, y volvió a caer cara. ¿Podía ser más maldita esa noche?

A los pocos minutos ella se animó a caminar algunos pasos hasta llegar a un teléfono público. Yo carecía de monedas, así que usamos la de Julio, la de la suerte, para realizar la llamada. Ella marcó un número y nuevamente comenzó la murmurada. Le arrebaté el auricular y pregunté quién hablaba. “Soy Javier”, dijo una voz preocupada. Me presenté y le narré algo como que encontramos a una chava de pelo liso con mechón azul, playera de Testament, demasiado peda para hablar y le pedí llegara a recogerla.

Esperamos diez minutos para que se apareciera un Datsun rojo, descuidado, con música a todo volumen. Se bajó un tipo delgado, con el pelo rapado, traje de cuero y mostrando algunos tatuajes en los brazos. Vio a la chica, se le acercó y le dirigió una manada en el rostro, digna de un boxeador profesional. Creo que sonó "poch". El golpe aterrizó en su frente, dejándola en el suelo y más atarantada. Con Julio de inmediato levantamos los brazos en muestra de paz, pero en verdad temimos por nuestra vida.

El encuerado tomó a su presa del pelo y la arrojó al asiento del copiloto en el Datsun. Luego volteó su mirada demente hacia nosotros. Comenzamos a explicarle que no la conocíamos, que la encontramos en la camioneta, bla bla bla… él se limitó a examinarnos con sus ojos irritados. “A ustedes los he visto en los Attacks, y tu apellido el Lepe, sí pues, yo estudié con un Lepe, era un imbécil… saben qué, mejor préstenme 20 pesos para la gasolina, así me llevo a esta pisada”, nos dijo. Yo le di los últimos siete quetzales de mis bolsillos, Julio se declaró en quiebra muy valientemente.

Y mientras el carrito colorado desaparecía de nuestras vistas, la aventura de ese sábado por la noche terminaba. Me pregunté en voz alta si alguna vez la volveríamos a ver, a lo que mi amigo respondió “espero que sí, me debe veinticinco len”.

Tres semanas después, en otro Trash Attack organizado en una bodega abandonada, la volvimos a ver. Decidimos no acercarnos por miedo a que nos acusara de haberla emborrachado, drogado y golpeado aquella noche. A diez metros de distancia la observamos hablar con sus amigas, sonreir, gritar cuando sonaba alguna de Metallica, tomar cerveza, fumar cigarros de extraña procedencia y tomar unas misteriosas cápsulas anaranjadas.

lunes, 16 de abril de 2012

La chica con aliento de dragón – Parte 2


Si el aliento no era suficiente para llamar la atención de algunos pasajeros de la camioneta, esta sorprendente chica los escandalizó a todos con sus violentos sonidos al arrojar un vómito colorado por la ventana, y dejar escapar un poco en el interior del bus. El vómito no era tan rojo como para ser sangre, ni tan anaranjado para estar ocasionado por una Orange Crush.

“Está drogada, tírenla por la puerta”, gritaba una señora, mientras abrazaba a un niño y le tapaba los ojos y la nariz. “No está drogada, está endemoniada, tiene al chamuco adentro”, decía un señor con playera del Bayer Munich y gorra de los Rojos del Municipal. Muchos alegaban, pocos miraban el espectáculo, algunos se notaban asqueados, nadie ayudaba.

A dos cuadras de nuestra parada de bus, el piloto notó el relajo y detuvo el vehículo. Caminó hasta la parte de atrás junto con su ayudante y me encontró sosteniéndole la cabeza a esta joven mujer. Nos ordenó que bajáramos a “nuestra amiga” por la puerta trasera ofreciéndonos su asistencia. Julio intentó explicarle que no la conocíamos, que era la primera vez que le hablábamos, pero su explicación no rindió fruto. Tomamos las piernas, el piloto y el ayudante los brazos. Nosotros levantamos, ellos no, así que la cabeza de esta roquera rebotó como balón de básquetbol en el asiento, las gradas, la calle y la orilla de la acera.

El bus se alejó dejándonos a la muchacha tirada en el suelo en medio de una nube de humo, una escena digna de un gran filme de aventura… o de terror.

La ayudamos a levantarse y la colocamos al lado de un poste de ALTO para que se recostara. Comenzó a murmurar una palabra, parecía “joder”, o “ayer”. Reaccioné que estábamos sobre la Calzada San Juán, a casi la media noche, con una chava que no sabíamos su nombre, dónde vivía o qué diablos se había tragado.

Le veía su rostro, vivo pero perdido. ¿Quién era ella? ¿Por qué iba sola en el bus?

“Mi huevo, yo no la puedo llevar a mi casa y me da pena dejarla acá, llevátela vos”, me dijo Julio. Así era mi amigo, a veces se le escapaba un apellido de a huevo. Ignoré su idea y se me ocurrió otra. Le propuse muy animado “vá, cara o escudo, si cae cara nos quedamos, si queda en escudo la dejamos, ya no me importa”. Julio asintió con un leve movimiento de cabeza.

Ver también La chica con aliento de dragón - 1ra. Parte.

lunes, 9 de abril de 2012

La chica con aliento de dragón – Primera parte


A principios de los noventa, con mi amigo Julio éramos dos adolescentes aburridos de la vida y de nosotros mismos, como muchos imagino. Nos desahogábamos en la música, sobre todo en el rock. A veces parecíamos una especie chapina de Beavis & Butthead, pero un poco menos estúpidos, eso espero.

Una noche salimos cansados de un Trash Attack (así se llamaban los conciertos con bandas nacionales de rock Metal y Trash). Se celebró en un salón de la Avenida Bolívar, el cual los domingos se llena de trabajadores que solo descansan ese día, y lo deciden pasar bailando marimba.

Nos subimos a una de las últimas camionetas de la noche. Julio me señaló a una chica sentada en el último asiento. Él tenía una facilidad para hablarle a mujeres de toda edad y nunca supe qué tanto les decía. “Mirala, ella estaba en el concierto y creo que vive en nuestra colonia. Yo le hablé una vez, pero no recuerdo su nombre. Vamos a acompañarla”, me dijo. Su pelo era liso y le llegaba hasta el cuello, y un mechón azul le tapaba la mitad del rostro. Vestía una playera gris de Testament y un pantalón de lona roto de las rodillas. Su cara era bonita, con todo y el mal maquillaje. La noche había sido amarga, así que la idea de hablarle a una chava bonita y roquera hubiera podido salvar la velada.

Nos llamó la atención que aunque el bus iba casi lleno, alrededor de ella estaba vacío. Nos acercamos y la saludamos. Ella nos volteó a ver con sus ojos rojos y semi cerrados, y nos saludó con un “hola”.

De su boca salió una pestilencia que ninguna rinitis hubiera detenido. Era un aliento repugnante. Recuerdo, era una mezcla de ron, tabaco, mariguana, vómito y papalinas. Ah sí, y sangre. Julio comenzó a toser con intensidad. Le advertí que si vomitaba, yo también lo haría, y pedí que se aguantara o se alejara. Y así, entendí por qué ningún pasajero se le había acercado.

Después de su cálido saludo, se limitó a balbucear palabras. Julio decidió alejarse. Yo me tapé la nariz con mi camisa y traté de averiguar si se sentía bien, aunque sus ojos brillosos y rojizos ya me daban una pista de la respuesta.

“Acompañémosla hasta la colonia y tratemos de llevarla hasta su casa, si es que se acuerda donde vive”, gritó mi amigo desde lejos. Levanté mi pulgar en señal de aprobación y cuando volteé la mirada la chava, noté que lloraba. Saqué una servilleta sucia de mi bolsillo y le limpié un poco las lágrimas. Pensaba que ella debía sentirse fatal. Luego sacó la cabeza por la ventana y comenzó a vomitar.